sábado, 31 de mayo de 2008

¡PERDÓNENME, PORQUE HE PECADO!


La semana pasada asistí a una iglesia católica –en otros artículos ya he explicado que lo hago por razones antropológicas y no por razones de fe- y observé a un anciano dolorosamente postrado ante un cubículo bellamente adornado en madera, en cuyo interior, supongo, estaba un sacerdote. Era el confesionario.

En ese momento me asaltó a la mente, imaginar en qué pecados podría cometer un octogenario. Tempranamente caí en cuenta que el espíritu humano es como una caja de Pandora; del hombre se puede esperar los actos más nobles como los más malvados, y éstos, no distinguen credo, raza, sexo y mucho menos edad.
Me quedé observando ese acto ‘sagrado’ del anciano. El bypass de argumentos duró algo de 15 minutos.
El rostro de aquel octogenario mostraba un sinfín de gestos a medida que hablaba. Cuando recibía el mensaje del sacerdote, su rostro mostraba una constricción casi mesiánica.

Personalmente, pienso que este acto de confesar, está acompañado de un halo de misterio. Para empezar no se logra ver a cabalidad el rostro del sacerdote; ¿por qué? Segundo, es acaso el hombre, por muy intermediario que sea, y al cual no se le ha hecho efectiva la falta; quien pueda perdonar los pecados cometidos.

Según investigué, el Catecismo de la Iglesia Católica fue presentado por el Papa Juan Pablo II el 11 de octubre de 1992 con la Constitución Apostólica Fidei Depositum, y expresada formalmente en el concilio Ecunémico Vaticano II. En este Catecismo en la sección “Creo en el Perdón de los Pecados” hay una pregunta pertinente: ¿Quién confío a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados? Y se responde: Jesucristo confió este poder cuando dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quien ustedes perdonen los pecados les queda perdonados”.

Pienso que hasta ahí todo está claro, sino fuera por un pequeño pero trascendental detalle. Jesús le otorgó ese poder a los ‘Apóstoles’ y ellos literalmente podían perdonar. Pregunto, -sin ánimo de desmerecer a nadie y con mucho respeto-: ¿los sacerdotes son los ‘Apóstoles’? En esta cuestión no cabe el simbolismo.
Probablemente surjan muchas respuestas y preguntas e inclusive el tema genere debate. Sólo sé que el anciano que estuvo postrado ante el ‘hombre’, se levantó, se sacudió y se marchó. Quizás con la esperanza de haber lavado su alma. Total, qué sería de nosotros si no existiera esa virtud teologal llamada “esperanza”.

Como se darán cuenta, el perdón de los pecados podría ser un acto tan sagrado como simplemente humano. Quizás pedir perdón o indulgencia a quien se le haya cometido la falta, sea más real que esperanzador, más reconfortante en el tiempo que pasajero.

Si has pecado contra alguien, probablemente de nada sirva orar incontables veces, si no le pides perdón y muestras de arrepentimiento a la persona afectada.
Todos tenemos a alguien a quien pedirle perdón. Empieza por hacerlo humana y sinceramente, y así estarás en comunión con Dios.

Pedir perdón es tan digno como perdonar.
Eduardo Antay Díaz

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