sábado, 8 de agosto de 2009

NOAH ANTAY: EL HORIZONTE DE NUESTRAS VIDAS


Han pasado ocho días desde que celebramos el primer año de vida de mi hijito Noah. En ese momento no escribí nada porque recién estoy saliendo del increíble asombro con el que pasa el tiempo.
Ese amo cruel y a veces displicente llamado tiempo, de la noche a la mañana, nos enrostró con su mirada fija y --a veces pienso-- mordaz, que era momento de hacer un alto en la rutina (dicho sea de paso feliz, emotiva y enriquecedora) y recordar todas las escenas y anécdotas desde el día en que nació hasta el primero de Agosto fecha en que cumplió un año.

La experiencia de padre durante este tiempo, jamás la imaginé. Ha sido grato, emotivo, ansioso, jubiloso, tierno, embobado, asombrado, y por supuesto, preocupante.
En las madrugadas --cuando Nohita era más chico-- y lloraba sea por pañal o leche, el levantarse a atenderlo, acurrucarlo, mimarlo; era una sensación que llenaba el espíritu. En el amanecer, observarlo cuando duerme, cuando se voltea en su cuna, cuando despierta y te ve, y a continuación con una sonrisa estira su brazo y te llama hacia él, es sencillamente indescriptible. Y por las noches después de su última mamadera, acogerlo y arrullarlo con alguna canción para que duerma; acostarlo y darle su beso de buenas noches, te hace sentir dichoso. Con todo ello llegas a entender que tienes un propósito en la vida.

Hoy, después de un año, miramos --con mi esposa-- a Noah casi caminando, haciendo un sinfín de gracias y gestos que simplemente nos embelesa; haciendo de nosotros sus mayores cautivos de un amor sin fin.
Con la ilusión de nuestro primer hijo, le realizamos su fiesta de cumpleaños (ya no de los once cumple mes que le celebrábamos) con todo lo que se merecía. Y salió excelente. Para el recuerdo. Para su recuerdo. Para él.

A ti mi vida, el amor infinito que por siempre te profesaré.

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