viernes, 12 de diciembre de 2008

MIS FURIBUNDAS ANTIPATIAS


Qué difícil (o sumamente fácil) debió ser para los santos en vida, no detestar nada y a nadie.
Estuve pensando y es casi de carácter obligado que todos nosotros pobres 'mortales' detestemos algo en nuestras vidas. Detestamos cuando nos mienten (pero no cuando mentimos), detestamos la injusticia (pero no cuando lo somos), creo que todos detestamos levantarnos temprano, pero para no hablar en plural, me ceñiré sólo a mí.
Detesto hasta a lo irascible a Ollanta Humala (ja); odio los eufóricos mensajes de Dios con convulsiones incluidas; detesto dar asiento en un micro; me hierve la sangre cuando me piden que repita algo que no me hayan entendido; me pone de mal humor cuando hablan que el Perú está mal o que no hay futuro.

Qué raro, ya no siento más odios o antipatías por nada. ¿Es que seré un cuarto de santo? ¡Ba!, odio el ladrido del perro de mi vecino, odio la batería desafinada de un chico alienado, para variar, hijo de mi vecino; detesto caminar de puntillas por el dormitorio de Noah, cuando está dormido, y sentir que el crujido de un parquet lo despierta ipso facto; detesto a las cajeras de Plaza Vea cuando me preguntan: “¿Donaría sus centavitos para los niños con SIDA?”, y más aún detesto a la gente que dice: “Sí, cómo no”; cuando por dentro no quieren ni botar la cáscara de plátano cuando lo comen; detesto que en las cabinas públicas de internet me controlen el tiempo.

Ya no quiero continuar con el rosario de animadversión con algunas cosas, pero quiero terminar escribiendo –acorde a las fiestas navideñas– mi última antipatía: detesto los intercambios de regalos, porque siempre regalo algo novedoso y a mí me regalan lo más común, ¿qué tan común puede ser una barra de chocolate? Por eso he decidido no participar este año, pero sí brindarles este regalo de malquerencia.

No hay comentarios: