domingo, 18 de noviembre de 2007

¿PUEDO ELEGIR MI MUERTE?



Desde hace unas semanas he tenido una serie de exposiciones. Mi posición siempre ha sido a favor del derecho que a todas las personas nos asiste como un ejercicio libre y soberano.
Creo que ese derecho es vital, pues nos garantiza que somos seres humanos libres de elegir lo que mejor nos parezca. Estuve reflexionando y me pregunto: ¿Qué hay de las personas que no pueden ejercer su derecho por discapacidad mental o en el caso de los niños?
Veamos. Los casos puntuales son la Eutanasia y la Transfusión de sangre. En ambos defiendo el derecho a que un paciente elija lo que crea conveniente.

Si me veo postrado en la cama de un hospital con una enfermedad terminal y con un sufrimiento agónico de dolor, donde la ciencia médica simplemente ya no tenga nada que hacer y sólo existan paliativos para el sufrimiento, es allí donde en mi libre ejercicio del derecho que me asiste, decido por mi propia voluntad, que pongan fin a mi vida (dicho sea de paso esa situación ya no es vida, luego hablaré sobre este tema en otro artículo) y liberarme del dolor y sufrimiento agónico que embotaría mi conciencia sólo con maldiciones por sufrir así, justo en los últimos momentos de mi paso por esta vida.

En la otra posición, probablemente yo no rechace una transfusión, o quizás sí. No lo sé.
En ambos casos, la elección que se haga igualmente debe respetarse y no desmerecerse, ¿por qué? porque también ejerzo mi derecho a elegir y eso me hace libre.
En este punto prima mucho la conciencia religiosa. Esta posición la abandera los Testigos de Jehová. Mucha gente pueda pensar que son fanáticos o no, pero esa no es la discusión. En realidad no debe existir ninguna discusión, pues la elección que hagan, equivocada o no, igual es su derecho y debe respetarse.

Los testigos consideran que relacionarse con sangre es detestable a los ojos de Dios y que por lo tanto deben mantenerse al margen de todo tipo de tratamientos con sangre.
Ellos creen convincentemente en la promesa de la resurrección en el nuevo sistema de cosas, por tanto, prefieren rechazar la sangre y morir, a condenarse eternamente y no resucitar en el paraíso. Esto es lo importante “ellos tienen fe” y eso se respeta.

Pero, ¿qué sucede con las personas que tienen discapacidad mental o con los niños?
Se debe respetar y cumplir su desición, si es que tienen capacidad de decidir, o ¿los familiares adultos deben decidir por ellos? Esto, a mi parecer, conforma el gran debate bioético. Insisto, toda persona adulta y con entereza de razonamiento tiene derecho a ejercer voluntariamente sobre el destino de su vida en estos casos puntales.
Pienso que toda regla para se regla debe tener excepciones. Y esta debe ser su excepción. Por tanto, a mi juicio los tutores sopesando los riesgos/beneficios del paciente deberían tener la última palabra en comunión con sus principios y valores.

Demás está decir que estos dos casos puntuales: Eutanasia y Transfusión de sangre no debemos confundirlos con el suicidio o el asesinato, cosas ciertamente censurables.

Finalmente, la desición trascendental en estos casos debe ser reflexionada y respetada empezando por uno mismo y por los demás.

La vida es valiosa, pero también debemos aprender a morir habiendo vivido.

Lalo Antay.

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